Sobre la necesidad

necesidadPresentamos a continuación una nueva colaboración del compañero Juako Escaso, quien en esta ocasión nos trae una reflexión acerca de la «necesidad» como expresión vital del sistema capitalista.


Un viejo amigo me dijo una vez que la vida nos resulta muy dura porque nos cargamos de necesidades que debemos cubrir. Después, parafraseando la ironía de algún maestro, añadió: “pero, ¿qué necesidad hay de tener necesidad?” Es el bucle en el que las sociedades hiperindustrializadas (que no hiperdesarrolladas) andan metidas desde hace demasiados años: con nuestra actitud pasiva frente a un sistema que nos ha robado la autonomía y la libertad, hemos aceptado toda suerte de concesiones y nos hemos dejado agujerear por la infinidad de falsas carencias que el capitalismo ha sabido generar y rellenar cuidadosamente en forma de necesidades de consumo. Nos hemos convertido así en una suerte de esclavos henchidos por el privilegio de serlo.

El diccionario lo define claramente: impulso irresistible. Esto es la necesidad, una llamada que no puede ser eludida. En la sociedad capitalista moderna esa llamada es el reclamo del consumo, el fundamento de la economía, lo que hace girar la rueda. Pero las personas no decidimos qué se necesita, ni cómo, ni cuándo. Al contrario, somos meras receptoras ―más o menos activas, más o menos involucradas― de la dinámica generada por la productividad y el ansia de beneficios. Tampoco establecemos la velocidad con que los productos son consumidos y deseados (no de forma consciente, al menos, aunque sí de forma pasiva, influidos por la publicidad y la presión social). Cuando al mercado le interesa dar salida a un producto lo promociona sin descanso, y cuando le interese sustituirlo por otro despliega la estrategia comercial hasta provocar rechazo hacia el anterior, que calificará de anticuado e indeseable (sin mencionar la obsolescencia programada, ardid ideado para hacernos pagar una y otra vez por el mismo producto).

El Estado del Bienestar no ha sido otra cosa que la recreación de las condiciones óptimas para el sometimiento de las voluntades y su adecuación al funcionamiento de la máquina productiva. La delegación política, el Estado social, el crédito, la movilidad o la tecnología son algunos de los pilares sobre los que se asienta la mentira del desarrollo. No escuchamos a quienes advirtieron del error, acomodadas como estábamos al volante de nuestro coche, en el cine o en el restaurante del centro comercial. ¿A quién le importaba ya el discurso de clase, el pensamiento crítico o la memoria? El proletariado estaba pasado de moda. La Historia estaba pasada de moda. Y esa irresponsabilidad nos ha metido hasta el tuétano en este fango.

No obstante, la máquina no puede parar, su lógica no es la adecuación sino la reubicación: los jóvenes son redirigidos al mercado extranjero, los inmigrantes a sus países de origen, la producción a las bodegas de las naves exportadoras, los disidentes a las cárceles, el capital a los inversores, etcétera. Tan es así que, en estos tiempos de supuesta crisis, desde los despachos del poder no se pide la ralentización de la producción sino que se clama por la recuperación del consumo y se nos culpabiliza por dudar a la hora de deslizar la tarjeta en el cajero. Es cierto, somos culpables por consumir y por no hacerlo, por obedecer, por creer que esa era la solución a nuestros problemas y a nuestras necesidades. Culpables, en definitiva, por haber permitido que el Mercado y sus gestores dictasen las normas. Pero, al contrario de lo que se predica, el capitalismo no atraviesa una crisis, se reorganiza sin más. El derrumbe del Estado asistencial y el auge del fascismo financiero sellan el inicio de una etapa en la que el sistema ya no es esclavista sino homicida. Lo que antes era evasión y entretenimiento ahora es aventura de supervivencia, y en lo esencial nada cambia: consumir es la única aspiración válida. El dilema no gira en torno a la ingente cantidad de necesidades que tenemos —eso está fuera de cuestión— sino a cómo lograremos financiarlas. Las castas sociales se redefinen entre quienes pueden cubrir sus necesidades de consumo y quienes son sentenciados a cargar con la frustración de sus expectativas. Las personas nunca interesaron, pero esa falta de interés ya ni siquiera se maquilla, sino que se reemplaza con más chantaje emocional y con el paroxismo del espectáculo. La sociedad de consumo siempre ha sido una pesadilla disfrazada de sueño plácido, pero en tanto que el sueño existía como posibilidad fueron pocas las personas que se resistieron a cerrar los ojos. Hoy, sin embargo, la mayoría de la población ha sido despertada a la fuerza y empujada a esa pesadilla como único escenario posible. Impotentes, nos vemos en la obligación de adaptarnos a esta circunstancia o perecer. Ante este escenario, es inaplazable hacer una revisión del concepto de necesidad para evitar que la desesperación nos lleve a la sumisión, al servilismo o directamente al suicidio. Nos va la vida en ello.

En el análisis de la necesidad cabe una doble lectura del término: por un lado, como realización plena del ser, es decir, como condición óptima del desarrollo individual y colectivo; por otro, como asimilación de la expectativa social e identificación con roles impuestos, es decir, como mera satisfacción del deseo consumista. Dentro de la primera está aquello que nos construye y define en tanto que personas: amar y ser amadas, alcanzar cierto grado de realización personal, desarrollar la creatividad, ser libres, etc., aspectos esenciales de nuestra idiosincrasia y cuya consecución, desde una perspectiva anticapitalista, exige la ausencia de las necesidades que hemos calificado como de segundo tipo. ¿Por qué establecer una relación tan estrecha entre unas y otras? Por la sencilla razón de que son excluyentes. En la lógica del capitalismo, los bienes y servicios son presentados como necesidades indispensables. La publicidad se dirige al subconsciente con el objetivo de moldear los deseos y reforzar la dependencia. No se venden productos sino emociones y placebos. No se busca el valor de uso sino el de culto. Y cuando la persona se convierte en consumidora, cuando delega su felicidad y su sentido de ser en manos de la empresa y acepta definirse en función de su capacidad adquisitiva, firma un contrato que difícilmente puede ser rescindido y renuncia a la construcción creativa y libre de su propia vida. Ha perdido el control sobre su tiempo y sobre sus decisiones ―si es que alguna vez las tuvo―, pasa a ser sólo una cifra más en las estadísticas y en los balances, se siente incompleta y descubre, al fin, la frustración, ese picor que al principio apenas molesta pero que poco a poco se vuelve insoportable. La estrategia ha pasado de someter a seducir, pero persigue el mismo objetivo. No se trata, por tanto, de reducir el consumo hasta un nivel aceptable, ya que tal nivel no puede existir en el escenario de la dominación. La exigencia del nuevo orden es total: cada acto de consumo no es sólo una cesión de poder sino un sacrificio en sentido estricto, un derramamiento de sangre en provecho de la plusvalía. El consumo, presente ya en todos los ámbitos de la existencia humana y apoyado en la dominación de la vida mediante su conversión en artificio y juego de roles, va más allá de la mera transformación del tiempo vital en tiempo productivo, e impone la renuncia al propio ser, a la autenticidad, a cambio de un papel en la gran representación del poder. A medida que el nuevo modelo se instala, el margen de maniobra es menor. El desmantelamiento del Estado del Bienestar es el punto de partida, pero sugiere el itinerario de lo que pronto será una verdadera guerra social.

La gran mayoría trabajamos por un salario, eso es un hecho que, sin embargo, no debe impedirnos ver la realidad de lo que ocurre. No hay niveles aceptables de sometimiento. Lo que sí hay son voluntades de transformación y procesos de lucha. Quienes rechazamos la fórmula que impone el capitalismo, quienes estamos por esa otra definición de la necesidad, podemos aunar fuerzas para trascender este sistema, para encontrar nuevas maneras de dar significado a planteamientos vitales, prácticas e ideas que han sido colonizadas por el Poder a lo largo de las últimas décadas. Retornar a la gratuidad, la sencillez y la autenticidad de lo que no responde a una lógica mercantilista. Expresar el rechazo al capitalismo, combatirlo en todos sus frentes, construir la alternativa. Defender la cooperación como fórmula contra la explotación y el sacrificio. Mostrar la diferencia entre consumir y crear, entre digerir pasivamente los sucedáneos del espectáculo ―que sólo genera movimiento en la búsqueda de crédito― y adoptar una actitud dinámica para recuperar la autonomía creativa, ideológica y vital. Frente a un Mercado y un sistema que nos etiquetan de obedientes consumidoras es necesario erigirse en personas libres y expulsarlo de nuestras mentes, de nuestros cuerpos, de nuestras emociones y de nuestros deseos. Pues por mucho poder que quieran ejercer, no están (aún) dentro de nosotras, y tenemos, por tanto, la capacidad de enfrentarles con un demoledor y definitivo gesto de rechazo. Al fin y al cabo, ¿qué necesidad hay de tener necesidad?

Juako Escaso

Madrid, 24 de diciembre de 2012

*La imagen que ilustra el artículo proviene del Portal OACA

Acerca de gladisanarquica

Grupo de afinidad anárquica y estudios sociales libertarios Ver todas las entradas de gladisanarquica

Deja un comentario